La ballena
Me sacudió con suavidad, pero la voz sonó fuerte y
aguda: “¡Papá, despierta!” Abrí los ojos; lo miré con la niebla de la
somnolencia. “¿Qué pasó?”, dije, con voz aguardentosa. “¡Hay una ballena en mi
cuarto!”, contestó, entre asustado y eufórico. “Ah, un muñeco de felpa…” “No,
¡una ballena de verdad!” “Una ballena no puede caber en tu cuarto”, medité,
todavía dormido. “Sí, ahí está, ¡ven!”, insistió. Así que me levanté y fui con
él. Del puro espanto brinqué hacia atrás: ¡ahí había una ballena en miniatura,
efectivamente! “¿De dónde salió este animal!”, grité. “De aquí”, dijo,
señalando su cabeza.
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